Alrededor
del verbo “reparar”
Me cuestiono sobre
el uso del verbo “reparar”.
Es una palabra que
se me presenta extranjera, no forma parte de mi lenguaje. Quizás
porque en casa resuena desde el televisor en la serie Manny a la
obra que transmite Disney Channel. O tal vez porque la escucho
desde los medios periodísticos, que la toman, a su vez, del lenguaje
jurídico. También he observado cómo se usa este verbo en torno a
lo literario y escuchado de la boca de algunos lectores que mis
libros resultaron reparadores.
Para este Congreso
me preguntaron qué me parecía hablar sobre lo reparatorio,
reflexionar en torno a eso. La propuesta me resultó interesante
porque hay algo en el uso del verbo “reparar” que desafina en mí.
Es una nota discordante que me desafía desde su sonoridad.
Reparar... Del latín, reparare.
Suelta, me gusta como suena esa palabra. Pero no sé bien qué
significa, si “esconde” algo.
Tomo mi diccionario
preferido, el María Moliner, y comienzo a nadar territorio adentro.
Hacia donde paladeo las palabras como helados. Encuentro “reparar”
y nueve usos para el verbo.
Primera acepción:
Reparar: dejar en buen estado un objeto que estaba roto o
deteriorado. Componer, arreglar. Subacepción: se dice también
'reparar las fuerzas, las energías, etc.'
Pienso en objetos
culturales. Se deterioran, sí; los arreglamos. Esta primera acepción
refiere a la física, a lo material. Aún cuando admite la fuerza, la
energía. Reparamos el mundo físico. Nuestros libros. La biblioteca.
La mochila. La computadora donde escribimos. Reparamos asientos,
reparamos camas. Pienso que “reparar” invita a leer
confortablemente. Invita a que las cosas estén en buen estado. Es un
verbo positivo, que parece decirnos, como las herramientas de Manny
a la obra, que sí, podemos reparar eso que está roto.
En esta primera
acepción, reparar se queda en la superficie y me preocupa un poco
cuando intento asociarla a la escritura, a la lectura. Reparar puede
implicar acciones como tapar, cubrir, remediar. Eso no me lleva hacia
donde quiero ir. No me interesa escribir para tapar, para arreglar.
Me interesa escribir para cavar, para romper, agrietar, agotar las
fuerzas. Literatura como pala de punta, no como pala de albañil.
Segunda acepción:
Reparar: retocar la obra para quitarle los defectos que saca del
molde.
Muchas veces ayude a
mi madre a desmoldar piezas cerámicas. La forma se desprende del
yeso con un golpe seco, se toma, se observa y allí donde ha quedado
una rebarba, se frota sin miedo pero con cuidado una esponjita suave
para eliminarla. Esas rebarbas que se quitan hacen que la forma
desmoldada sea muy similar a la que ya hemos desmoldado y a la que
desmoldaremos a continuación. La originalidad aquí está en la
forma y, si lo deseamos, en cómo la decoraremos cuando esté lista.
¿Qué pasa si esa
rebarba le da una belleza, una aspereza particular y única a la
forma? ¿Se repara? ¿Dejamos pasar ese instante en que vimos que la
rebarba agregaba un plus en pro de conservar la forma? ¿Qué nos
pasa como lectores, como consumidores, cuando somos cómplices y
notamos que el autor ha cometido la osadía, la subversión. de
mantener una rebarba, a veces escondida entre el color y la textura
de la forma, a veces exaltada, destacada, como marca de un estilo?
Tercera acepción:
Reparar: compensar o remediar una falta cometida o un daño causado.
Descargar la conciencia.
El equipo de salud
mental del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) aborda en un
artículo el concepto de “reparación simbólica” (acuñado por
la psicoanalista Melanie Klein). Sé de qué se trata, lo he vivido,
pero allí confirmo que, desde el ámbito de la Justicia, al daño le
sigue la acción reparatoria. Dicen:
“ La reparación es simbólica porque pretende una compensación
que siempre es un desplazamiento desde el daño real hacia un acto de
justicia. (…) En ese sentido, la reparación simbólica es
polisémica, y esta abierta a la significación -diversa en cada
caso- que de ella haga la víctima que la recibe.(...) La
reparación -como operación psíquica- no es un acto que produce el
culpable respondiendo al requerimiento de la justicia, sino que
dependerá de la forma de metabolización que la víctima pueda
realizar respecto de ese acto reparatorio.”
Vuelvo a lo que se
desencadena en uno ante el hecho literario. Lo que la lectura deja
sembrado en cada lector puede dañar, puede abrir heridas causadas
por otros, puede limpiar esas heridas o infectarlas aún más, puede
tener el efecto primero doloroso y luego sanador del alcohol vertido
sobre el tajo. La escritura, bajo esta acepción de reparar, puede
provocar una catarata de efectos hasta llegar a la médula y tocarla
de tal modo que nunca más sentiremos lo mismo luego de haber ido
hasta allí. Por otro lado, la interpretación personal de lo leído
puede ser el puente que nos lleve hasta ese lugar interior y nos
devuelva la sangre fresca, el dolor punzante, la emoción primera. La
lectura puede ser la herramienta con que la víctima se acerque al
acto de reparación. Pero yo creo, interpreto aquí, que ni la
escritura por sí sola ni la lectura reparan per se. Tiene que
suceder ese “algo” en nosotros, abrirse ese camino simbólico
luego de leer. ¿Es posible hacer consciente este proceso? No estoy
segura. Yo sé que hay escrituras que me llevan por esa huella. Lo sé
porque ya lo he experimentado; pero ¿volverá a suceder ante un
nuevo libro de ese mismo autor? Puedo intentar reproducir la
experiencia, leer acercando la nariz, buscando el rastro de ese
“algo” que quiero volver a sentir. ¿Sucederá igual, parecido,
distinto pero con el mismo grado de intensidad? No lo sé.
Cuarta acepción:
Reparar: oponer una defensa contra un golpe o un peligro.
Aquí el verbo llama
a protegerse. ¿De qué clase es el peligro? ¿Cómo preparamos la
defensa ante un posible golpe dado por un poema, por un párrafo, por
una frase?
Imagino una selva y
allí, una obra literaria como un animal salvaje. ¿Pero cuál?
Pensemos en una pantera negra o en un tigre, solitaria, de límites
inciertos, sinuosos, que puede estar más lejos o más cerca, que
puede ronronear, que suspende sus orejas ante los murmullos, que
sorprende, intempestiva, que seduce y estremece. ¿Sinceramente? De
esta pantera no me puedo reparar. Me tiene cautiva e hipnotizada. Su
mirada me impide calcular certeramente las distancias. Irremediable
llegará el daño y, en todo caso, acudiré a la anterior acepción
del verbo reparar para curar la herida. Doy ejemplos que es posible
que a ustedes no los sensibilicen pues tienen que ver con lo que me
sucedió a mí al leer, lo que desencadenaron en mí.
Un zarpazo reciente
desde los versos intermedios de Grafito, un poema de Claudia
Masin que me asalta leído por su autora en el Foro de la Fundación
Giardinelli, hace un par de meses:
“La escritura de la canción de la madre demora
el final de la canción misma. Las palabras
existirán para crear esa demora, un instante
suspendido entre la voz y el silencio.”
Otro zarpazo del año
'92, que ya es línea blanca que sólo ven los íntimos cuando se
broncea mi piel. Lo hizo una frase de El palacio de la luna,
de Paul Auster, la subrayé, igual que muchas otras de esa novela, a
mis 20 años y si hago memoria, aún puedo entender porqué me dejó
marca:
“(...) Procuró olvidar las reglas que había aprendido, confiando
en el paisaje como en un socio, abandonando voluntariamente sus
intenciones y rindiéndose a los asaltos del azar, de la
espontaneidad, a la embestida de los detalles brutales. Ya no le daba
miedo la soledad que le rodeaba”.
Esta acepción de
“reparar” que invita a la defensa, cuando se trata de la
literatura, no va conmigo.
Quinta acepción:
Reparar: hacer un alto en alguna parte. Detenerse.
En cambio, este uso
sí. Esto me gusta. Detenerse. Otear. Escudriñar. Cuando leemos, ese
momento en que en medio del desierto aparece un algo de humedad.
¿Aparece o lo aportamos nosotros como lectores? Despegar la vista de
la hoja, de la pantalla, para buscar en el aire y atrapar ese
pensamiento que se desprendió de la lectura, que queremos que nos
pertenezca de ahí en más. Reparo en la extrañeza, en la rebarba,
en lo ilimitado, en el vértigo, en la sombra del animal, en la
incertidumbre que nos crea la literatura. Yo lectora, yo autora,
reparo en algo que no sé si alguien vio antes del mismo modo y que
deseo hacer mío para luego transformarlo en parte del paisaje que me
define. María Teresa Andruetto lo dijo de modo mucho más preciso en
su ponencia Enós, los aprendices, y la escritura perdurable:
“(...) Me gusta pensar que escribir tiene algo que ver con eso:
hacer pie en el centro de algo en perfecta soledad, buscando que
aparezca una voz que más tarde suene allá en las gradas libres,
despegada de mí, una voz que de tan propia se enajena”
Sexta acepción:
Reparar: (<<en>>) detenerse, antes de hacer cierta cosa,
considerando las dificultades, los inconvenientes. Mirar, pensar.
Para mí esto es
inherente a la escritura. En toda construcción hay una estructura,
sea de hueso, de cemento, de alambre, de cartílago, de anillos
proteicos, de plástico, de silicona. Y un poema, una novela, un
cuento, son construcciones y necesitan esqueleto. Detenerse, antes de
hacer un trabajo sobre el lenguaje o después. Reparar en los
inconvenientes. Pensar en lo estructural, en la forma. Reparar en si
esa forma proviene de algún molde y en si eso puede llegar a ser una
dificultad para lo que sigue o para lo ya escrito. Reparar en la
dificultad que una estructura puede causar a la melodía de una
trama. Revisarla, recomponerla, cambiarla para que sume y no nos
aleje de lo que deseamos transmitir. Luego, invisibilizarla,
colocarla detrás de los velos, hacerla carozo y cubrirla de pulpa
jugosa, sumarle una cáscara. A veces, para esto, un buen lector
externo es vital.
Veo que la siguiente
forma de uso del verbo también comienza con un <<en>>.
Séptima
acepción:
Reparar: (<<en>>) percibir alguien una cosa que hay u
ocurre en su presencia, particularmente, algo poco perceptible o a lo
que se da un significado especial. Advertir, percatarse.
Se me ocurre que si
la anterior refería al trabajo de escritura, esta se relaciona con
la lectura. Reparar, como lectora, en si el autor contempló los
posibles peligros o no y si se debe a eso que me esté o no me esté
pasando algo especial con lo que leo. Allí donde la emoción se
desata, hubo antes otra emoción, la de quien escribió, otro
pensamiento, otra visión, quizás una planificación para que tal o
cual emoción se hiciera presente en la escritura, en la historia, en
los personajes. Esta tarea deja un rastro que es posible seguir si
uno lo busca. En mi experiencia lectora, me sucedió en un momento
que comencé a leer ciertos libros buscando la estructura que
sostenía la extrañeza que me había cautivado de ellos. ¿Cómo
había hecho el autor para lograr que yo me metiera de ese modo en la
historia? Hay quienes me fascinan por el modo en que construyen sus
novelas o cuentos. No sé si lo hacen de modo consciente, cincelando
los efectos, o “les sale” así. Y me gusta no saber. John Irving
es uno de ellos. Manuel Puig es otro. Ema Wolf. Lygia Bojunga. A
partir de ese momento, esa práctica lectora se pone en marcha de
modo involuntario tanto si me atrapa o no la lectura. Es saber que
ese animal al que me estoy acercando, que observo y me observa, tiene
un esqueleto que le permite sostenerse y que no vislumbraré a menos
que me acerque y me ponga en riesgo.
Octava acepción:
Reparar: Detenerse ante algún inconveniente o dificultad.
Este uso me recuerda
uno de los derechos del lector que propone Daniel Pennac. El derecho
a dejar de leer. O a dejar de escribir. Esto no lo leo como un
abandono definitivo del texto porque pienso en que reparar también
invita a retomar el movimiento.
Novena y última
acepción:
Reparar: Contenerse o moderarse.
Y quizás,
finalmente, encuentre aquí el sonido que me aleja de esta palabra.
Cuando escribo lo que menos busco es contenerme o moderarme. Todo lo
contrario. Creo que es en el acto creativo que no se mide a sí mismo
donde voy encontrando esto de lo que venimos hablando. Lo literario,
el animal salvaje. Probar, equivocarme, volver a probar, definir,
esfumar, precisar, romper, cavar, advertir, reparar en, sin
contención ni barrera, sin moderaciones. No se me ocurre el modo de
explorar un territorio interno moderadamente. Me suena tan ridículo
como ponerle las riendas a una pantera. Sí, admito, entrar en mí
con cautela, con cierto temor al rumbo que pueda tomar la búsqueda.
Pero no con moderación. Quien pone en práctica esta acepción de
reparar es el mercado. Quien sugiere, quien modera es un otro que
está afuera. Si al escribir dejo entrar esa voz moderadora estoy
atándome a una cuerda que está en la superficie, llegará un
momento en que no podré avanzar. Estaré sujeta por un límite que
me han puesto desde afuera. No le veo sentido a esto. El acto de
escribir que pone en juego interioridades, que crea tormentas de
viento y polvo dentro de nosotros, que yuxtapone a la selva el
desierto y a este la pampa húmeda y más allá propone un cordón
montañoso y así, para que busquemos el paisaje y la historia, para
que pensemos la estructura y los detalles, para que demos cuerpo a
los personajes poniendo en juego todos los presentes en nuestra
memoria. Ese acto de escribir, para mí, tiene que ser desmesurado.
“Reparar”, luego
de todas estas reflexiones y acepciones, continúa siendo una palabra
extranjera para mí. Quizás la incorpore alguna vez, tal vez surja
algún personaje que pueda usarla en alguna de sus formas. Sin
embargo, más allá del María Moliner, de la reparación simbólica
del ámbito jurídico, de los cuestionamientos que a este verbo le
hacen desde el psicoanálisis, me gusta pensar que escribo historias
que impulsan a ir más allá. También me gusta leer este tipo de
libros. Historias trampolín que llevan a los lectores a zambullirse
en sí mismos de un modo nuevo y profundo.
Lo que deseo es
escribir historias que, como dice María Teresa, se despeguen de mí
y que de tan propias, se enajenen. Lo que suceda con ellas en ustedes
lo dejo a su propio deseo y a las acepciones que mejor le calcen a
sus usos del verbo “reparar”.
1 comentario:
Estimada Paula:
tuve oportunidad de acompañar a mis alumnos de 1° año durante su visita al Colegio San pedro Apóstol de la ciudad de Córdoba.
Desde entonces he leído varias de sus novelas y las he recomendado con el mayor de los gustos en función de exquisito anclaje que logra con algunos temas de actualidad.
Esta reflexión acerca del verbo reparar, la enajenación que le provoca y el vínculo que podemos darle con respecto al poder curativo/sanador/reparador de la literatura me ha llegado profundamente. Tanto, que pese a haberlo leído en varias oportunidades por una u otra causa siempre vuelvo a él.
Es un placer pasar por acá. Buen fin de semana,
Silvia Lanza.
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