“Un buen
día una se despierta y estrena algunas preguntas:
¿Cuál es
la palabra propia? ¿La que digo para mí o la que tengo
que decir
para algunos interlocutores? ¿Tengo, tenemos, dobles discursos?”
Laura
Devetach
Oficio
de palabrera
En una entrevista
que respondí hace pocos días a la periodista Karina Micheletto, a
raíz de mi novela La chica pájaro, terminaba haciendo una
reflexión sobre lo que entiendo, lo que voy descubriendo, acerca de
la felicidad. Ahí dije:
“Creo que la palabra “felicidad” tiene una carga de
imposibilidad muy fuerte en la sociedad actual, particularmente para
las mujeres. Y me parece que hay que animarse a sentir lo simple como
felicidad. Porque la definición se refiere a la satisfacción plena,
¿y qué significa “satisfacción plena” en cada circunstancia?
¿Puedo sentirme plenamente satisfecha cargando esta historia que me
tocó, sabiendo que por delante tengo muchos momentos oscuros por
atravesar? Y... es muy subjetivo. Yo pienso que sí. Quise que la
novela terminara con Mara sintiendo eso que para mí es felicidad:
una “satisfacción plena” menos ambiciosa, menos rutilante. Pero
igual de valiosa.
Las entrevistas son
difíciles de responder para mí. No logro relajarme ni aunque sean
por mail (mucho menos si son “en vivo”, con un aparatito entre
quien me entrevista y yo). Cuando leo mis respuestas siento que
cargan una rigurosidad que no muestra cómo pienso yo las cosas,
siempre más en acuarela que en marcador color. Por cada respuesta
tengo, luego, en los días posteriores, muchos otros pensamientos que
logran acercarse más a lo que siento, que se acercan mejor al punto
al que quiero llegar, capas acuosas que van aportando color, textura, definición. Por eso, aprovecho este espacio para retomar lo
dicho y revisarlo y decirlo de otro modo.
Entonces, "la felicidad", ¿qué es
eso? Ahí voy.
En su libro de crónicas Revelación de un mundo,
Clarice Lispector
se pregunta:
“¿Y qué hago? ¿Qué hago con la
felicidad? ¿Qué hago con esta paz extraña y aguda, que ya está
empezando a dolerme como una angustia, como un gran silencio? ¿A
quién le doy mi felicidad, que ya está empezando a lastimarme un
poco y me asusta?”.
Y
en otro lugar del mismo libro se responde:
“El estado de gracia es como si
viniera tan sólo para que se sepa que realmente se existe. En ese
estado, además de la tranquila felicidad que irradia de personas y
cosas, hay una lucidez que sólo puedo llamar leve, porque en la
gracia todo es tan, tan leve. Es la lucidez de quien no adivina más:
sin esfuerzo, sabe. Solo eso: sabe. No pregunten qué, porque solo
puedo responder del mismo modo infantil: sin esfuerzo, se sabe”.
Me gusta mucho esto del "estado de gracia". Coincido con que lleva a un pensar simple que solo se logra en lo profundo, en la infancia.
Mientras escribía Una
casa de secretos pensé mucho en qué felicidad podía sentir
Odile, qué felicidad podía sentir Charlotte, cuánto de eso estaba
volcado dentro de la casita de muñecas, dentro del arte que esa
casita representa, escondido ahí porque no podía ser "mostrado en sociedad". También lo pensé mientras escribía los cuentos
Manuel no es Superman y
Justicia. ¿Qué
significa “ser feliz” cuando se ha sufrido tanta violencia?
Fue una pregunta
central al componer La chica pájaro.
La felicidad/La
violencia. Ahí me metí. En medio de ese dúo peligroso.
La pregunta sobre la
definición de felicidad se hizo presente muchas veces: ¿qué
entendemos por “satisfacción plena”?, ¿cuánto de la
satisfacción plena tiene que ver con el reconocimiento del otro, con complacer a otro?
Creo que la felicidad
que intentan -y en muchos momentos de la vida, logran- instalar desde el mainstream
es una construcción ficcional que lentamente -a fuerza de mareas de smiles, letras de canciones y sonrisas de dientes perlados- va alejándonos de quienes somos pues nos confunde, nos marea, nos inunda con ajenidades que nos llevan a desear ser
quien nunca llegaremos a ser. Conflictuándonos con nuestro aspecto exterior y también con nuestras reacciones, elecciones y conductas. ¿Me tiene que gustar cocinar? ¿Siempre tengo que ser simpática? ¿Me tiene que gustar la lencería con encajes? ¿Mi felicidad tiene que adaptarse a la foto de una persona que salta con los brazos abiertos en un campo de margaritas o en un atardecer playero?
Y así, buscar ser feliz muta a intentar ser como un otro -gigante, colectivo, monstruoso- quiere que sea, a lograr el reconocimiento de ese otro, de esos otros. La felicidad ya no pasa por descubrir quien esencialmente soy, quien estoy siendo, quien quiero ser.
Y así, buscar ser feliz muta a intentar ser como un otro -gigante, colectivo, monstruoso- quiere que sea, a lograr el reconocimiento de ese otro, de esos otros. La felicidad ya no pasa por descubrir quien esencialmente soy, quien estoy siendo, quien quiero ser.
Y qué
difícil enunciar eso porque ¿alguna vez llegamos a saber quiénes somos? ¿somos de una
única manera todos los días? ¿cuánto peso tiene el otro en quien
yo soy y en quien yo deseo ser? Uff. Tanto para pensar...
Soy muy consciente de
que en la infancia hay poco sobre lo que se puede decidir. Sobre lo
importante deciden otros: deciden los adultos. Adultos que muchas veces arrastran a sus niños a realidades horribles. Adultos que quizás son padres por mandato social y no quieren asumirlo. Adultos que ponen a los niños en sitios de decisión que son un espanto, por egoísmo, por miedo, por indiferencia, por perversidad, por lo que sea. Y sin embargo en la
infancia encontramos espacios de libertad
interior en los cuales se logra ser intensamente feliz. Lugares que son la solución del laberinto, de uno que tiene varias maneras de resolverse. Lugares donde se es quien una
quiere ser y nadie nadie nadie puede entrar y ponerse a juzgar y opinar. (Al crecer a veces
sucede que nos encontramos con alguien especial, tan especial que nos
atrevemos a confiarle algún lugar de estos. Y qué alegría da
cuando esa persona querida, deseada, comprende. Y qué desconcierto cuando
no lo aprecia, que sensación profunda de equivocación.)
En concreto, cuando en
la entrevista dije “volver a animarse a sentir lo simple como
felicidad” me refería a que en esta sociedad pareciera que solo
alcanzás la felicidad cuando sos como los otros quieren, cuando logras eso. Y yo creo
que en verdad se llega a esos momentos plenos cuando te acercás a
quien vos sos, cuando lográs recuperar la costumbre de
visitar esos lugares interiores de libertad que son tan particulares
como intransferibles. Me parece que te acercás cuando revisitás “la historia que te tocó”, te preguntás acerca de ella y encontrás que aún en esos tiempos
hubo momentos en los que te sentiste bien. ¿Cuáles fueron esos
momentos? Ya en esa respuesta habrá detalles que te acercarán a vos. Detalles que importan y que hay que observar para avanzar por las calles angostas del laberinto.
Me parece, y esto es
tan subjetivo que cuesta escribirlo pues se lee como certeza cuando
es pregunta disfrazada de respuesta, que acercarse a quien una desea
ser empieza siempre por algo muy íntimo/simple/cercano/posible, que conduce a lugares tan inciertos como reveladores.
Yo quise que La chica pájaro terminara con Mara en ese camino, el de sentirse satisfecha consigo misma y poder disfrutarlo, haciendo algo tan cotidiano -pero de un modo esencialmente distinto- como mirar su propio rostro en una foto.
Yo quise que La chica pájaro terminara con Mara en ese camino, el de sentirse satisfecha consigo misma y poder disfrutarlo, haciendo algo tan cotidiano -pero de un modo esencialmente distinto- como mirar su propio rostro en una foto.
Estupenda reflexión Paula... y gracias por escuchar a tus lectores que extrañábamos tus aportes desde el blog.
ResponderEliminarComparto profundamente lo que planteás, Paula. Te comento que a acabo de terminar de leer tu novela con uno de mis cursos y aparecieron opiniones diversas y opuestas sobre el desenlace que elegiste. Y yo les expresaba a mis alumnas la esperanza que expresa el final, a través de ese estado de felicidad fugaz, transitorio pero cierto que experimenta Mara. Qué bueno poder leerte luego de este momento en el aula.
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