Quiero
hablar de la incertidumbre.
Lo
incierto.
Lo
que nadie puede asegurarnos. Lo que “no se sabe”.
Porque
además de memoria siempreviva, marcas identitarias y necesidad de
justicia, nuestra vida de familiares de desaparecidos queda marcada
por la incertidumbre.
Todo
aquel que ha sido herido emocionalmente en los primeros años de vida
me entenderá perfectamente. Se les miente mucho a los niños. Se les
oculta y no se les escucha. Aún con las mejores intenciones, cuando
un adulto oculta la verdad, siembra en el niño una interrogación.
La
pregunta va creciendo a modo de enredadera por el cuerpo. ¿Cuál
pregunta? La que está detrás de todas, la que nos define, la que
nos planta en la vida. Adherida a la piel, la incertidumbre se funde
en la piel. Toma forma en las manos y en los ojos.
Tanta
es la pregunta que no puede ser dicha. Habitamos nuestra profunda
incertidumbre. No hablamos de ella. El silencio dice más.
Comenzamos
a creernos historias que nos permiten rellenar “lo que no se sabe”.
Esa ríspida blancura va llenándose de signos. ¿Cómo se fue? ¿Qué
pensó en tal momento? ¿Qué le hicieron? ¿Y yo? ¿Qué hicieron
conmigo? ¿Dónde quedé situada yo en el recuerdo?
Dice
el protagonista de Clarice Lispector en Un
soplo de vida: “para
escribir tengo que colocarme en el vacío. Es en este vacío que
existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de
él extraigo sangre. Soy un escritor que le tiene miedo a la trampa
de las palabras: las palabras que digo esconden otras -¿cuáles?
Quizás las diga. Escribir es una piedra lanzada en el pozo hondo.”
Si,
me digo. Es en lo incierto cuando me siento más cerca de quien yo
soy.
Somos
cuando nos atrevemos a mirarnos en ese vacío.
Somos
cuando hacemos aquello que tomó forma de piedra lanzada.
Somos
plenamente esas pocas veces en que logramos mirar tan lejos y tan
dentro de nosotros.
El
resto del tiempo la memoria abriga, como una manta cosida entre
tantas manos y tantas voces, un tejido de hilos rotos y anudados,
cúmulo de arrullos, anécdotas, recuerdos vueltos a anudar tanto
como haga falta para cubrir la piel que pregunta, el cuerpo asomado
al vacío.
La
memoria siempre está viva y tibia, los relatos abrazan y contienen,
se trate de historias vividas, escuchadas, inventadas, observadas. En
su refugio, en su sujetarnos, nos preparamos para cuando llegue otra
vez el momento de lanzar la piedra al pozo.
Y
esa piedra, ese escribir que intenta comprender y responder aquello
que nos inquieta y perturba, no se siente mentira. De hecho, esa
búsqueda vacilante es lo que le da sentido a todo lo que no
encuentra sitio dentro de una.
Escribir
(en mi caso es escribir, en otros será esculpir, componer, cocinar,
pintar) permite hilar una cuerda que luego se sumará a lo recordado
pero que, mientras es presente, nos permite sujetarnos a la palabra y
asomarnos al vacío, ir descendiendo por ahí, vivir lo oscuro, lo
monstruoso, lo salvaje, lo bello, lo indecible, y volver.
Termino
con la palabra de Helene Cixous: “Escribir: para no dejarle el
lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse
sorprender jamás por el abismo. Para no resignarse ni consolarse
nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse
como si nada hubiera pasado.”
Yo en verdad lo soy. Hace tiempo tenía un cansl en Youtube con 1Nunnka y tuve que cerrarlo porque comencé a escribirme con una mujer casada, a escondidas, y su marido se enteró y me amenazó. Y claro, tuve miedo de que se enterase mi familia y cerré el canal.
ResponderEliminarTenía cientos de videos y por intentar follar con una mujer casada casi me buscan y me matan.